La frágil llama del amor by Kathleen Woodiwiss

La frágil llama del amor by Kathleen Woodiwiss

autor:Kathleen Woodiwiss
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 1998-12-12T23:00:00+00:00


11

A finales de enero, la marea matinal acercó al Audaz a Charleston. Cerynise subió a cubierta al romper el alba y aguzó la vista para captar algún detalle de la ciudad a través del velo de bruma que enmascaraba la costa. Las aves marinas sobrevolaban el barco como amigos dándole la bienvenida, o cabalgaban las olas que quebraban en proa su blanca cresta. Cerynise observó sus jugueteos, fijándose únicamente en el contraste entre el espíritu despreocupado de los pájaros y la creciente congoja que sentía ella.

A medida que el sol alcanzaba mayores alturas, los vientos cobraron fuerza y se disipó la bruma. Cerynise se arrebujó en su capa de terciopelo, negándose a que la gélida brisa la obligara a refugiarse en el calor de su camarote. En lugar de la euforia que cabía esperar del regreso a su tierra natal, no sintió más que alivio de que hubiera finalizado el viaje. Aun así halló placentero el panorama que le descubría su mirada, posada en las blancas y relucientes playas que enmarcaban el canal principal de acceso al puerto de Charleston. Respirando hondo, disfrutó de las fragancias mixtas de los bosques de cipreses y mangles, que crecían vastos y majestuosos a lo largo de la costa y difundían sus aromas en talas del viento.

¡Cuán desesperadamente había añorado su patria! Sólo ahora que podía recrearse la vista con la tierra natal se daba cuenta de la intensidad de su nostalgia. El impacto de perder a sus padres, mezclado con la gratitud sentida hacia Lydia, habían eclipsado los recuerdos de años anteriores, relegándolos a lo más hondo de su corazón. Una vez roto el sello acudían en tropel, llenándola de fortalecedora serenidad. Había sido un largo viaje, sí, una travesía no del océano sino de su propia vida. Por fin había concluido, y una vez en tierra empezaría otro viaje, uno en que lucharía por crearse un espacio propio en aquella tierra que la había visto crecer.

Una sensación familiar la embargó. Era, como siempre, inconfundible. Contuvo la respiración y dio media vuelta, descubriendo que Beau la observaba de muy cerca. La gorra con que protegía su agraciada cabeza era la misma que se había puesto durante toda la parte final del viaje. La llevaba un poco ladeada, y asomaban por debajo cortos mechones de pelo negro que se agitaban con el viento. Beau había accedido a ponerse chaqueta, quizá en atención a Cerynise. Esta halló su planta tan admirable y principesca como siempre, y sin duda nunca dejaría de parecérselo. Le bastaba mirarlo para temer que se le saliera el corazón del pecho. Era la reacción que le había producido siempre, y sin duda nunca dejaría de producírsela.

—Esta mañana os veo un poco pensativa, Cerynise. —Beau expresó su conjetura al mismo tiempo que se colocaba a su lado y apoyaba los codos en la borda—. ¿No os alegráis de estar en casa?

—Sí, mucho —contestó ella, con una sonrisa que él no había visto en semanas—, pero después de tanto tiempo no puedo evitar sentirme extranjera.



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